ACERCA DEL SALMO 119: Tet

"Bien has hecho con tu siervo,
oh Señor, conforme a tu palabra.
Enséñame buen sentido y sabiduría,
porque tus mandamientos he creído.
Antes que yo fuera humillado, descarriado andaba;
mas ahora guardo tu palabra.
Bueno eres tú, y bienhechor;
enséñame  tus estatutos.
Contra mí forjaron mentira los soberbios,
mas yo guardaré de todo corazón tus mandamientos.
Se engrosó el corazón de ellos como sebo,
mas yo en tu ley me he regocijado.
Bueno me es haber sido humillado, 
para que aprenda tus estatutos.
Mejor me es la ley de tu boca
que millares de oro y plata."
Salmo 119: 65-72


La palabra del Señor es fiel y verdadera, y Él actúa en nosotros conforme lo dice ella. Creer en los mandamientos nos hace sabios, "...desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación" (2 Timoteo 3: 15); por eso nuestra oración cada día debe ser que Él nos enseñe con su palabra y nos haga sabios, "enséñame, oh Señor, tu camino; caminaré yo en tu verdad; afirma mi corazón para que tema tu nombre" (Salmo 86: 11).

Todos en algún momento estuvimos descarriados como ovejas, le habíamos dado la espalda al Señor, "todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas el Señor cargó en él el pecado de todos nosotros" (Isaías 53: 6), pero ahora que hemos sido reconciliados, guardamos su palabra, esa es la verdadera muestra de que de corazón hemos vuelto a Él, "todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios" (1 Juan 3: 9).

 El Señor es bueno y nos hace el bien, todo lo bueno viene de Él y Él es el maestro que nos enseña y guía. Todo lo que Dios permite en la vida de quienes lo amamos es para bien y tiene un propósito de preparación y crecimiento, nosotros debemos estar dispuestos a aprender. "Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación" (Santiago 1: 17).

No importa cómo se comporten los demás o las ofensas que cometan en nuestra contra, nosotros nos ocupamos en guardar la palabra del Señor. "Pues ya basta con el tiempo que han desperdiciado haciendo lo que agrada a los incrédulos, entregados al desenfreno, a las pasiones, a las borracheras, a las orgías, a las parrandas y a las idolatrías abominables. A ellos les parece extraño que ustedes ya no corran con ellos en ese mismo desbordamiento de inmoralidad, y por eso los insultan. Pero ellos tendrán que rendirle cuentas a aquel que está preparado para juzgar a los vivos y a los muertos" (1 Pedro 4: 3-5).

El corazón de muchos está lleno de orgullo y no recibe la palabra, pero el nuestro debe ser humilde y alegrarse en esa palabra, "por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, reciban con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar sus almas" (Santiago 1: 21).

La palabra es la mayor riqueza que podemos tener. ¿Le estamos dando el valor que ella merece?

Diana Gutiérrez

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